A los efectos de recordar lo siguiente, quisiera hacer hincapié y más énfasis en lo ajeno.
Fue un claro resplandor lo que sufrió esa noche el alcalde de la ciudad de Topara. Pensar que instantes previos había seguido su instinto de supervivencia, que bien se lo habían otorgado, en la noche oscura y sufriendo siempre sufriendo.
Aquel que nunca pudo siquiera sentir el esfuerzo de estar bien parado. Tolerar a los grandes desde otra altura, esquivar a los rápidos con un simple movimiento de cintura, andar de simple fiesta rutinaria por las calles céntricas de la ciudad. Siempre uniforme, callado y áspero con los perros. Un aclamado director de artes y obras gramáticas de función teatral, un acobardado mujeriego de sabanas y por ultimo, un lunático de gran vestir.
Quiso a simples palabras dejar de lado todo lo que una vez sintió. “Un desenfrenado aquel que siente la vida es un juego”, oía decir de su abuelo, hombre de pocas palabras y fuertes, ya que su voz provenía de los altos rangos de la marina mercante Noruega. Don Rogelio Gervasio Alquina, también conocido como Don Capitán por los de su clase y Charango para los más pasados de copas. Este señor al cual, dicen las malas lenguas, le quito el sifón de los ojos a los estandartes, a aquellos que una vez no supieron ver la verdad. Cuenta la historia, una bien larga escrita por el Cachafaz, es decir, el Severino De Los Estandartes, ciudadano ilustre de esta ciudad y representante de los hechos a seguir, que el Don Capitán supo enfrentarlo y pegarle de tal manera, que lo dejo comiendo ratas con salmuera en las calles de la Inglaterra clásica, la que una vez supo contar historias, como Oliver Twist. Como también cuenta que esa misma noche el Don Capitán volvió la vista, y en sus ojos se vieron los rasgos del penoso equilibrio de los sentimientos, la agonía del que sufre, el pensamiento irrelevante ajeno de querer estar mejor. Severino no quería transmitir ello, sino pedirle por un sobrante de pan y mejor aun, algo de agua por las extensas sequías que se habían aproximado en los últimos meses. El Don Capitán en todo caso se aproximo, lo tomo del brazo y con una ayuda de su bastón logro levantar al joven y en un suspiro pedirle disculpas por su mal comportamiento, que en otro momento lo hubiese escupido o pateado, ya que cerdos no eran aceptados en ningún sentido, comida o pantano. Pero eran épocas negras dentro de la ciudad, todos los refranes se hicieron ciertos luego de que se supo la verdad, una penosa y sufrida verdad.
Escrito por Hongoxongo.
Plaza San Martín
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La Renga

Tete
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1 comentario:
Me gusta este blog xq la foto de perfil la saco moi.
Suerte
Abraco
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